El «efecto wow» que nos produce una noche estrellada es cada vez más complicado de conseguir. Como lo es ver murciélagos revolotear de madrugada o luciérnagas pulular con ese brillo de cuento de hadas tan característico suyo. Todo ello es fruto de un mismo fenómeno, producido por el ser humano: la contaminación lumínica. Sin embargo, desde el Planetario de Pamplona pueden apagar la luz artificial y recuperar ese manto de astros de miles de años que nos observan desde arriba. Su director, el astrofísico Javier Armentia, es tajante: «Nos han robado el cielo», y recuerda que las ansias humanas por iluminar la noche como si fuese de día tienen como consecuencia directa una contaminación que no solo nos impide ver las estrellas, sino que perturba los ciclos hormonales animales, incluidos los nuestros. «La luz nocturna modifica nuestros ciclos de sueño, porque, en general, somos seres diurnos y necesitamos ese tiempo para descansar y recargar energía», recuerda este divulgador científico. Pese a todo, asegura que tanto el cielo estrellado como la fauna nocturna se pueden recuperar. Para ello, tan solo es necesario repensar el alumbrado urbano: usar ledes, más eficientes, pero también reemplazar los actuales por luces más rojizas –«que recuerdan al fuego»– y que iluminen solo la calle en vez de «lanzar luz al cielo».
El principal problema de las sociedades modernas, que nos ha llevado a electrificar por encima de lo necesario, según Armentia, es que asociamos iluminación con riqueza: «Durante mucho tiempo, cuantas más luces tenía un pueblo, más desarrollado se decía que estaba», cuenta. Y añade: «por suerte, eso ha empezado a cambiar». Cada vez son más los ayuntamientos que se han dado cuenta de que reducir la contaminación lumínica significa, también, menguar la factura de la luz. Porque volver a ver el cielo nocturno no solo nos eriza la piel, sino que mejora nuestra salud, la de la flora y fauna que nos rodea y, en definitiva, la del planeta.
Descubrir la luz jugando
«La oscuridad nos incomoda», reconoce Armentia e, incluso, a muchos niños les provoca miedos nocturnos. Por eso, este astrofísico recomienda trabajar juegos de luz en clase para que, poco a poco, nuestros alumnos descubran los tipos de iluminación que existe y, de paso, aprendan a apreciar las temidas tinieblas. Si dejamos un aula a oscuras, podemos explicarles de manera práctica la diferencia entre los haces que emite una cerilla o un mechero, la linterna del móvil o una bombilla antigua. «De repente todos entienden que hay luces muy diferentes, que cuando miras por la ventana por la noche a las casas de los vecinos, se puede adivinar dónde están las cocinas, los cuartos de estar o los dormitorios por el tipo de iluminación», explica Armentia. En el aula se pueden desarrollar infinidad de juegos –como, por ejemplo, usar pedazos de un CD para visualizar espectros lumínicos– que ayudan a los más pequeños a reflexionar sobre la contaminación lumínica. Una vez entiendan cómo funciona la luz, hay una pregunta clave que podemos hacerles –y de cuya respuesta, probablemente, nos podamos hacer una idea–: «¿Qué prefieres, ver la luna y las estrellas desde casa o desde el patio, o ver solo farolas?».