La alegría, la confianza o la sorpresa son las mejores emociones para enseñar y aprender. Pero si las emociones son una pieza clave del rompecabezas de la enseñanza, el contacto con la naturaleza sería el marco dentro del que tendríamos que montar este puzle. «Vista, oído, tacto, olfato, gusto y propiocepción se activan cuando conectamos con nuestro entorno», asegura David Bueno. El biólogo, profesor e investigador experto en neurociencia nos recuerda que la naturaleza nos permite integrar los seis sentidos –incluido el conocimiento de nuestro propio cuerpo– de manera adecuada. Además, para potenciar la plasticidad del cerebro, Bueno reivindica la incorporación de manera transversal de la educación física y las humanidades en el currículo de infantil y primaria.
Trabajar de manera integrada el desarrollo cognitivo es clave, pero también lo es aprovechar el contacto con el medioambiente para aprender. Tradicionalmente, seres humanos y naturaleza se han segregado, generando una oposición que, para Bueno, es la educación ambiental la que debería romperla. «Somos parte de la naturaleza», asegura, y es ese medio natural el que, además, nos enseña que «el aprendizaje no solo es aprender de tu entorno, sino también situarte a ti mismo dentro de él». Nuestro cerebro es un Lego que empieza a construirse en el momento en el que nacemos y la naturaleza es la mejor manera para activar los sentidos.