«Aproximadamente el 3% del agua del planeta es dulce, es decir, es apta para el consumo humano». Así explica Águeda García de Durango, ambientóloga y redactora jefa de iAgua, la escasez de agua en un planeta en el que el 70% de la superficie está cubierta por este recurso natural básico. Esto provoca que, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), mil millones de personas tengan un acceso reducido al agua. Esta escasez se ha visto acuciada en las últimas décadas como consecuencia del calentamiento global y la subida de la temperatura media planetaria: «El cambio climático provoca periodos de sequía más prolongados, inundaciones o catástrofes naturales más severas que dificultan más el acceso al recurso», asegura García de Durango. Y es precisamente la crisis climática la que incrementa la intensidad de esas sequías e inundaciones que hacen cada vez más complicado el acceso a un bien indispensable para la vida.
Para evitar que esa agua –ya de por sí escasa– escasee aún más es imprescindible reducir nuestra huella hídrica, una de las metas que se incluyen dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Pero ¿qué supondría esto? García de Durango nos lo explica con ejemplos de nuestro día a día: «La huella hídrica es la cantidad de agua necesaria para hacer, por ejemplo, una hamburguesa. Es decir, toda el agua que se ha utilizado para cultivar el trigo, procesarlo y convertirlo en pan o en alimento para la ternera, además de la utilizada para criar al animal y transformarlo en carne picada, y así con cada ingrediente». La lechuga, el tomate, el kétchup… todo tiene su correspondiente huella hídrica. El transporte o la ropa que nos ponemos, explica la experta, también la tienen y, además, está muy relacionada con la huella de carbono o ecológica: «Si vamos a trabajar en coche, la huella hídrica del vehículo será elevadísima, mientras que si vamos en transporte público se repartirá entre todas las personas que lo usan a diario y, por tanto, disminuirá», asegura. Parece que es hora de que empecemos a pensar en el impacto que nuestras decisiones cotidianas tienen en el planeta. ¿Y si intentamos calcular la huella hídrica de los objetos del aula?