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No perder ni una gota

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Europa ha vivido este año el verano más caluroso desde que se tienen registros, y si bien septiembre ha traído consigo la bajada de temperaturas y el aumento de precipitaciones, estas han llegado en forma de peligrosas lluvias torrenciales que, además, son insuficientes para llenar los pantanos. Para comprender un tema que está ahora mismo en todos los medios, vamos a ver el en aula las causas de la sequía que estamos viviendo y cómo prevenir daños mayores con soluciones que tengan efecto a largo plazo.

Las frases que aparecieron talladas en aquellas piedras del río Rin que la sequía dejó al descubierto el pasado mes de agosto sorprendieron al mundo entero. «Si me ves, llora», decían. Las llamadas piedras del hambre, el término que suelen usar los alemanes para referirse a las rocas antiguas que fueron grabadas en otros tiempos en los que el agua escaseaba, lanzaban una seria advertencia: el calor estaba llegando demasiado lejos.

Este año, Europa ha vivido el verano más caluroso desde que se tienen registros (es decir, desde 1850). Los datos los facilita el Servicio de Cambio Climático de Copernicus, que tras filtrar a diario miles de millones de datos sobre las medias climatológicas del planeta, sitúa en los últimos siete años las temperaturas más cálidas. Acompañadas de las continuas olas de calor «extraordinarias», todo viene a demostrar que el calentamiento se está acelerando: de seguir así, en 2035 las temperaturas que hemos vivido ahora serán las de un verano promedio.

Pero el problema de unos termómetros disparados no reside tanto en cómo afrontar ese calor como en la forma en que el calentamiento global pone en peligro el agua, el recurso natural más preciado. Y es que, como ya hemos explicado otras veces, los ciclos que se dan en la Tierra se mantienen en el mismo frágil equilibrio que un castillo de naipes: si ponemos algo de presión sobre alguno de ellos, el resto también cae.

Esto es lo que pasa con la sequía y las altas temperaturas, conectadas de una forma más compleja de lo que puede parecer en un primer vistazo. No se trata solo de que el calor provoque que los ríos se sequen, sino que unas sequías traen otras más graves que realimentan el calor y la ausencia de precipitaciones.

Unas sequías traen otras más graves que realimentan el calor y la ausencia de precipitaciones

La fundamental es la sequía meteorológica, que se produce por una escasez continuada de precipitaciones que, si bien está provocada por factores naturales, está también exacerbada por factores humanos como la deforestación o la excesiva emisión de gases de efecto invernadero. Entre sus efectos, más allá de los evidentes, se encuentran temperaturas más altas, vientos más fuertes, una menor cantidad de nubes y una menor recarga de los cauces.

Esta clase de sequía provoca el resto: por un lado se encuentra la sequía hidrológica, que señala la falta de disponibilidad de agua superficial y subterránea durante un tiempo determinado. Puede no coincidir en el tiempo con la sequía meteorológica, pero es su consecuencia directa. Esta, a su vez, acaba provocando la sequía agrícola –demasiado déficit de humedad como para regar un cultivo– y, por último, la sequía socioeconómica, que llega cuando la población se ve afectada, y la sequía ecológica, que se da cuando los ecosistemas se ven impactados.

En la actualidad, de hecho, estamos sufriendo todas. Las reservas de agua se sitúan solo entre un 30% y un 40% –sequía meteorológica e hidrológica–, mientras que muchos campos ya no enseñan el típico verdor de estas fechas –sequía agrícola– y muchos cultivos se ven ahora afectados por la lluvia que no ha caído en verano. Además, hemos visto algunas autonomías forzando restricciones de agua en pleno agosto (o lo que es lo mismo, una sequía socioeconómica).

Ya no podemos evitar la sequía, pero tenemos la opción de adaptarnos a ella y mitigar sus daños

Si bien este septiembre ha llegado con algo de lluvia bajo el brazo, los expertos recomiendan no tomárselo como una buena noticia: las lluvias después de una sequía son muy peligrosas. Todo lo que sube tiene que bajar, por lo que el agua evaporada de más durante las olas de calor generará eventos meteorológicos mucho más extremos, cayendo con mucha intensidad sobre un suelo muy seco. Si lo hace en grandes cantidades y a gran velocidad, este es incapaz de absorberla, por lo que termina desplazándose en forma de serias inundaciones. Lo ideal, según los meteorólogos, sería una lluvia ligera durante varias horas y días para que el suelo recuperara sus niveles normales, pero esto solo es posible si se previene la sequía.

La situación es una pescadilla que se muerde la cola, por lo que urge más que nunca encontrar soluciones, especialmente si tenemos en cuenta que 700 millones de personas podrían verse forzadas a desplazarse por falta de agua de aquí a 2030, el mismo año en el que el número de afectados por inundaciones se duplicará. No faltan propuestas innovadoras, como las plantas desalinizadoras para potabilizar el agua de los océanos, la recogida de lluvia o la recolección de agua directamente del aire, a través de tecnologías capaces de cosechar niebla o de absorber la humedad y convertirla en agua potable.

Sin embargo, necesitamos pensar a largo plazo, puesto que los termómetros van a seguir al alza. Ya no podemos evitar la sequía, pero como dicen los científicos, sí tenemos la opción de adaptarnos a ella y mitigar sus daños, algo que podemos hacer por ejemplo mejorando la gestión del agua para controlar su uso, evitando el desperdicio en hogares e industrias y mejorando los protocolos de alerta temprana ante sequías.

En este sentido, frenar la sobreexplotación de los sistemas agrícolas a través de cultivos más sostenibles ahorraría cientos de litros –el regadío se lleva hasta el 75% del agua en España–, y seguir concienciando sobre un uso responsable del agua puede alimentar otros tipos de acciones para evitar su despilfarro. No debemos perder ni una sola gota. Ni en casa, ni en el aula, ni en el planeta.

Texto: Cristina Suárez