La experiencia sajona
En 1980, en la Conferencia sobre Educación Ambiental, celebrada en Tiflis –actual Georgia, entonces URSS–, se llegó a la conclusión de que la educación ambiental es el mecanismo más eficaz para acabar con el deterioro de los ecosistemas y que, por ello, cada país debía fomentarla con el fin de conseguir comportamientos positivos de conducta respecto al medioambiente. Ese mismo año, Alemania decidió recoger el testigo e introducir en sus colegios una (revolucionaria) asignatura sobre ecologismo. Cuatro años después, Austria siguió sus pasos. Pero los germanos no se quedaron ahí: su compromiso con el entorno ha derivado en la homologación, en 1993, de las escuelas al aire libre para niños de 3 a 6 años o Waldkindergarten creadas ya a finales de los 60. Hoy, existen más de 2.500 centros educativos en Alemania de este tipo que cuentan con una metodología y legislación desarrollada en detalle.
En Gran Bretaña se potencia desde los 90 la educación en el entorno, primando también en Geografía la enseñanza ambiental. Además, las actividades al aire libre y en relación con la naturaleza son consideradas esenciales y se imparten en todos los niveles. La Educación Ambiental nunca ha sido una asignatura en sí misma, pero está distribuida por todas las materias del currículo británico. En Literatura, por ejemplo, priman las lecturas relacionadas con el conocimiento de la naturaleza y la conservación.
Concienciando en el sur de Europa
En Francia, la educación ambiental se adapta, desde 1993, a los diferentes niveles educativos, empezando por la denominada escuela materna –el equivalente a nuestra educación infantil– hasta la secundaria, pasando por cada etapa de la educación obligatoria. Con los más pequeños se trabaja la situación en el espacio o la adquisición de un lenguaje medioambiental básico. Con los mayores, se hace lo propio con los conceptos relacionados con la crisis climática, que se estudian en la asignatura de Ciencias Naturales.
En Portugal, también desde 1990, la relación con el entorno se promociona a través de la Asociación Portuguesa de Educación Ambiental (ASPEA). Esta ayuda a las escuelas de todo el país a organizar actividades relacionadas con la conservación e incluso financia proyectos para colegios públicos que se centren en estas materias. Italia, por su parte, incluirá en el próximo curso el cambio climático y la sostenibilidad como parte de sus planes de estudio en un intento de colocar el medioambiente y la sociedad en el centro del sistema educativo del país.
El modelo de educación ambiental nórdico
En Finlandia, Islandia, Suecia y Dinamarca los colegios públicos incluyen entre sus asignaturas una dedicada al medioambiente desde los 80 y el resto de materias insertan, desde los 90, la conservación del medio natural. Con el paso del tiempo, la cultura medioambiental ha calado tanto en la población que estos países son los que cobran impuestos más altos a las industrias contaminantes y los que promocionan con más ahínco las energías verdes.
En Dinamarca –uno de los países con más conciencia ecológica del mundo– existen casos como el de la Escuela Libre Verde (Den Gronne Friskole) de Copenhague, que usa la vida sostenible como base de su programa de estudios y en la que sus –de momento–200 alumnos trabajan en clase tanto la gramática básica como la reparación de bicicletas. Su edificio principal, hecho completamente de materiales sostenibles, alberga un taller donde los alumnos aprenden a coser y a procesar materiales como la madera, la arcilla, la cera, el fieltro, el metal o el plástico. También aprenden a hacer abono o a recoger agua de lluvia. En Finlandia, por ejemplo, la emergencia climática se encuentra presente en todas las asignaturas y en todos los niveles de educación, y la economía circular es parte del día a día de los más pequeños.