Corría el año 1960 cuando una jovencísima Jane Goodall se adentraba en las frondosas selvas de Gombe, Tanzania, decidida a observar y aprender todo lo posible sobre el comportamiento de los chimpancés salvajes. Fue el famoso antropólogo de Oxford Louise Leakey, para quien Goodall trabajaba de secretaria, quien descubrió que su paciencia y atención por el detalle, unido a su gran conocimiento sobre la fauna salvaje y su pasión por África, la convertían en la candidata perfecta para estudiar a estos animales que, según intuía y estaba dispuesto a demostrar, se comportan de una manera muy similar a los humanos. Hoy sabemos que compartimos con estos primates el 99% de la información genética.
Así, con solo 26 años, Goodall se adentraba en el Parque Nacional Gombe Stream sin saber que su innovador trabajo de campo revolucionará la manera de estudiar a los chimpancés: nunca nadie se había sumergido en su hábitat ni, mucho menos, había conseguido observarlos y relacionarse con ellos. Gracias a su entusiasmo y determinación, llegó a convivir con un grupo de estos animales que acabaría siendo como una familia a la que podía acercarse, tocar y, por supuesto, amar.