Para alcanzar un futuro descarbonizado, es decir, donde dejemos de emitir toneladas de partículas de CO2 a la atmósfera –una de las principales causas del calentamiento global–, necesitamos implementar tecnologías limpias con eficiencia energética en casi todas las industrias, sectores de la economía e incluso en nuestros hogares y escuelas. Quizás lo primero que se nos venga a la mente al pensar en esta transición sean los grandes molinos eólicos, que permiten generar electricidad renovable a partir del viento; las placas fotovoltaicas, que aprovechan los rayos del sol para la misma finalidad; o los coches eléctricos, que evitan la combustión de fuentes de energía fósil que, además de CO2, emite otros gases contaminantes perjudiciales para la salud. Sin embargo, a esta lista también se añaden muchas otras soluciones que tienden a pasar más desapercibidas. Y en ocasiones no es de extrañar: algunas de ellas ni siquiera seríamos capaces de verlas aunque estuviesen en la palma de nuestra mano.
Nanomateriales para un futuro descarbonizado
Los nanomateriales tienen una dimensión ínfima: su escala es inferior a 100 nanómetros –es decir, hasta 100.000 veces menor que el diámetro de un cabello humano–. Estos están presentes de forma natural en el humo o las proteínas sanguíneas, pero también se pueden crear de forma artificial para aprovechar algunas de sus sorprendentes propiedades –no por nada se les llama «materiales del futuro»–: algunos de ellos favorecen la interacción entre átomos y moléculas dando lugar a distintas atracciones y repulsiones que terminan afectando al comportamiento de los materiales. En otras palabras, con una pequeña cantidad de algunos nanomateriales se pueden alterar –y mejorar considerablemente– las propiedades de otros objetos.
Encontramos uno de los mejores ejemplos en los nanomateriales creados a base de carbono que consiguen aumentar la ligereza y resistencia, algo clave para sectores como el de la transición energética. Por ejemplo, las palas más grandes en las turbinas eólicas permiten generar más electricidad, pero si estas pesan demasiado, la ecuación se echa a perder… Es entonces donde entran estos nanomateriales, que no solo hacen las palas más livianas, sino que además aumentan su durabilidad. Incluso los paneles solares utilizan estas mini-partículas para mejorar su eficiencia.
La nanorevolución circular
Uno de los sectores donde más se está empleando esta microscópica tecnología es en el de la agricultura donde, además de mejorar su sostenibilidad, las mini-partículas favorecen la calidad y salubridad de los alimentos. Por ejemplo, los fertilizantes tradicionales –necesarios para el correcto desarrollo de los cultivos–, pese a no ser sustancias tóxicas, pueden alterar el equilibrio de ecosistemas al infiltrar en suelos o corrientes de agua nutrientes en exceso. Sin embargo, los elaborados con nanomateriales pueden resolver este problema: es más difícil que se disuelvan en los ríos y campos y pueden aplicarse de forma mucho más precisa, lo que evita también el desperdicio. Algo muy similar sucede con los nanopesticidas.