¿Es posible unir arte, educación y medioambiente en una misma iniciativa? El Proyecto BIO ha demostrado que a través de la pintura y la emoción se pueden inculcar valores ambientales. Se trata de una exposición itinerante que recala en escuelas públicas y privadas y que, por medio de la escucha, el juego, los colores y la curiosidad propia enseña a los más pequeños la cultura de la naturaleza. Su responsable, Gonzalo Álvarez (Morón, Buenos Aires, 1974) ha elaborado obras como ‘Hipólito, el hipopótamo’, ‘Ecosistema’, ‘Los búfalos del Serengueti’, ‘El baile de los flamencos’ o ‘Colibríes de Colombia’.
¿Qué inspiró la creación del Proyecto BIO y cómo surgió la idea de combinar arte y educación ambiental?
Soy un artista muy feliz que viene de un desafío increíble, y lo que me mueve es despertar amor, porque vengo del desamor. A mí me sirvió pintar para curarme. Así que pensé que eso mismo le podría servir a los nenes y, además, concienciarles de la importancia de cuidar a los animales, a la naturaleza. Es hermoso el resultado, porque los niños aprenden jugando, así que lo que aprenden lo van a guardar siempre con ellos. Hace poco, pintamos un mural en una escuela y siempre termino con la misma sensación, con la de que al niño no se le escucha, no se le permite imaginar. Pintando disfrutan muchísimo y, mientras, aprenden valores muy importantes para el mundo y para ellos. Las problemáticas medioambientales que padecemos son fruto, en parte, de una inconsciencia generalizada. Si se los explicas al nene, será un adulto consciente de los valores medioambientales, no los va a olvidar.
El proyecto BIO trata de concienciar a los alumnos desde las aulas a través del arte. ¿Qué actividades específicas se realizan y en qué consiste exactamente su propuesta medioambiental?
Llevo 25 años trabajando en esto, y tengo más de 65 obras temáticas, cada una de ellas con un trasfondo de conciencia. Ninguna se hace al azar, cada una tiene un porqué, un fundamento, que permite replantear y fortalecer conductas, proponer un pensamiento crítico, a través de la mirada, del color, de la incorrección. Mis obras tienen que ver con entender por qué el ser humano destruye tanto, entender que con lo que destruye a su alrededor también se destruye a sí mismo, y hay que tomar conciencia de eso para cambiar la actitud. Ser consciente de las consecuencias de nuestros actos. Saber que, si alguien escupe un chicle al suelo, eso puede causar la muerte de los pájaros, por ejemplo. Ellos no saben estas cosas, pero cuando se las cuentas, te aseguras de que nunca más arrojarán un chicle al piso. Además, estas enseñanzas les hacen felices, porque nadie quiere matar nada conscientemente. Mi propuesta, que llevo a escuelas públicas y privadas, tiene que ver con todo esto, con una educación consciente que genera felicidad. Transformo conciencias desde el amor y el bioarte.
¿De dónde surge su compromiso con lo natural?
Surge porque de chico fui feliz en la libertad de la soledad; hasta los seis años no hablaba, por falta de amor en mi casa. Vivía en La Reja, un pueblo, rodeado de campo, estaba siempre con lo natural, y la paz de la naturaleza me calmaba. Cuando no entendía a mi familia lloraba en el bosque y me cuidaba la luna. Una de mis obras, ‘Un loro gris, no tan gris’, habla de que la soledad no siempre es mala, hay que saber entenderla, buscarla en ocasiones. Esa obra habla de que, si no se recibe amor en casa, en la familia, uno puede encontrarlo en otros lugares. Eso también se enseña a través de los animales: hay veces que hay que quedarse en la manada, y veces que hay que salir de ella para ser tú mismo. Hay que saber redescubrirse en la soledad.