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10 ideas para reducir el desperdicio alimentario dentro y fuera del aula

Aunque no sean los niños y niñas los encargados de cocinar cada día, si aprenden desde pequeños a valorar la comida llevarán allá donde vayan hábitos saludables y sostenibles. Por eso, y con motivo del Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, planteamos 10 ideas para concienciar al alumnado mientras aprenden y se divierten.

Aunque no sean los niños y niñas los encargados de cocinar cada día, si aprenden desde pequeños a valorar la comida llevarán allá donde vayan hábitos saludables y sostenibles. Por eso, y con motivo del Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, planteamos 10 ideas para concienciar al alumnado mientras aprenden y se divierten.

Todos los días nos sobra comida. Es una realidad. Algunas veces incluso antes de cocinarla: no la envasamos bien o dejamos que se estropee, y eso ya no tiene solución. Sin embargo, con unas pocas iniciativas y ejercicios en el aula las y los docentes pueden ayudar a sus estudiantes a comprender la importancia de reducir el desperdicio alimentario, tanto en el colegio como en sus hogares. Y es que, aunque las niñas y niños pequeños no tengan la responsabilidad de cocinar diariamente, sí que pueden llevar al hogar ciertos hábitos para reducir su desperdicio alimentario o el de sus compañeros y compañeras. Además, explicarles el impacto de los alimentos y cómo aprovecharlos puede reforzar su aprendizaje sobre ciencias, biología o incluso economía mientras se divierten.

En el mundo se desperdicia alrededor de un tercio de todos los alimentos que se producen

El problema global del desperdicio alimentario

Los datos a nivel mundial que ofrece la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura son apabullantes. Y la Agencia española de Seguridad Alimentaria y nutrición (Aesan) lo ratifica: en el mundo se desperdicia alrededor de un tercio de todos los alimentos que se producen. Las tasas más altas se sitúan entre un 40% o 50% para los tubérculos, frutas y hortalizas; un 35% para pescado; un 30% para los cereales y un 20% para semillas oleaginosas, carne y productos lácteos.

Organismos como la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) trabajan junto con Gobiernos, organizaciones internacionales, el sector privado y sociedad civil para crear conciencia sobre los problemas que genera e implementar acciones para reducirlos. Pero no basta con esto, pues lo más importante para hacer frente al problema, en última instancia, es asimilar hábitos sostenibles, y aquí la educación tiene mucho que decir: en clase podemos ayudar al alumnado a ver más allá de una pieza de fruta o una hortaliza y hacerles entender que cada una de ellas ha necesitado una cantidad de energía, de agua y un transporte para llegar a nuestra mesa. Desperdiciar la comida supone tirar todo ese esfuerzo –y las emisiones generadas–, literalmente, a la basura.

Ajustar las proporciones de los platos del alumnado puede reducir las sobras y enseñar a los estudiantes a consumir de acuerdo a sus necesidades

Escuelas contra el desperdicio alimentario

Una de las grandes trabas a la hora de reaprovechar la comida sobrante en los colegios es el temor a generar alguna incidencia en la conservación o en el transporte y terminar intoxicando al usuario, dice Jesús Martín, de la ONG Nutrición Sin Fronteras (NSF). Pero hay muchas formas de reducir el desperdicio sin renunciar a la calidad de los menús o poner en riesgo la salud del alumnado, sino todo lo contrario. A continuación, presentamos algunos recursos, ideas y ejercicios que los docentes y el personal del comedor pueden implementar:

1. Al ajustar las proporciones de los platos del alumnado

No todos los días se tiene el mismo apetito. Una buena práctica puede ser permitir que las y los niños mayores escojan porciones en función del hambre que tengan. Esto reduce las sobras y permite un consumo más ajustado.

2. Controlar el desperdicio y adaptar el menú

El personal del comedor puede monitorear la cantidad de comida que se desperdicia cada día y ajustar los menús y porciones en base a estos datos. Por ejemplo, si un plato específico genera muchas sobras, quizás se pueda reconsiderar la receta o la porción.

3. Donar los excedentes

Crear alianzas con bancos de alimentos u organizaciones locales para donar los alimentos no consumidos que no se hayan servido puede ser una gran iniciativa de gran impacto. Así, la comida que no se utiliza en el comedor no se desperdicia y se destina a personas en situación de vulnerabilidad.

4. Enseñar en el aula recetas de aprovechamiento

Se pueden proponer actividades en las que los alumnos traigan recetas de aprovechamiento de familiares o inventen las suyas. Será un ejercicio de creatividad, conciencia y refuerzo de los vínculos con su entorno más cercano. Así, no solo podrán aprender sobre biología (el ciclo de vida de animales y plantas, por qué al estar en sal o aceite no aparecen microorganismos en la comida y se conservan mejor…), sino que podrán cultivar en su conciencia el valor de cada alimento y llevar ideas a sus casas, donde quizás podrán ayudar a sus familiares en la cocina.

5. Concurso de almuerzos sin desperdicio

Relacionado con el punto anterior, se puede organizar un concurso para que el alumnado realice o traiga de su casa almuerzos caseros, equilibrados y que generen la menor cantidad posible de desperdicios. Esta puede ser una actividad divertida y educativa, que son las que mayor índice de recuerdo producen en las y los más pequeños. Es importante que lleven solo lo que se vaya a comer y a empaquetar su comida de forma sostenible, utilizando envoltorios reutilizables o fiambreras.

6. Instalar un compostador en el colegio

Como ya explicamos en este artículo, puede ser una forma práctica de demostrar cómo se puede aprovechar el desperdicio alimentario orgánico para crear vida o, incluso, nuevos alimentos. El alumnado puede así aprender a separar los residuos orgánicos mientras descubre los procesos naturales de los vegetales y desarrolla sensibilidad ambiental.

7. Visualizar la huella alimentaria

A través de gráficos, vídeos o simulaciones se puede explicar cuántos recursos (agua, energía, etc.) se necesitan para producir los alimentos que normalmente tiramos a la basura. Esto ayuda a crear una mayor conciencia sobre el impacto que producimos en el planeta con el desperdicio de comida.

8. Desafío Un día sin tirar comida

Los desafíos o challenge están de moda. Plantear uno en el que los estudiantes pasen todo un día sin tirar comida, tanto en casa como en el colegio, puede despertar su interés y ayudarles a reflexionar sobre sus hábitos alimenticios.

9. Dar un espacio protagonista al desperdicio

Colocando, por ejemplo, una báscula donde los estudiantes depositen las sobras de sus comidas. Esto puede ser un método visual y efectivo para tomar conciencia de la cantidad de comida que se desperdicia. Lo ideal es acompañar el ejercicio con una tabla de registro diario o semanal.

10. El mural del desperdicio alimentario

Colaborar con toda la comunidad educativa en la creación de un mural que refleje las cifras de desperdicio alimentario en el mundo, sus consecuencias y las formas en las que podemos reducirlo. Estas estrategias no solo reducirán el desperdicio alimentario, sino que pueden convertirse en herramientas educativas que refuercen los hábitos responsables y sostenibles en toda la comunidad escolar. Junto a esto, también se pueden proponer charlas para generar conciencia sobre el tema.

Crear alianzas con bancos de alimentos para donar los excedentes del comedor escolar no solo evita el desperdicio, sino que también apoya a personas en situación de vulnerabilidad

La lucha contra el desperdicio alimentario no solo es una forma de enseñar sobre ecología, sino que es también una manera de empoderar al alumnado para que lleven estos aprendizajes a sus hogares. Los docentes que buscan herramientas, se forman y comparten ideas, generan cambios que transforman hábitos, algo crucial en la reducción de desperdicios en las familias, en las escuelas y en la sociedad.

 

Texto: Mariela Ruth Gómez Ponce
Ilustración: Nicolás Aznárez