En un tiempo en el que la idea de preservar los espacios naturales aún no había encontrado hueco en la sociedad española, Pedro Pidal (1869–1941) se proclamó defensor de la creación de parques nacionales. Este político español, en un discurso memorable ante el Senado, cuestionó con una excelente oratoria por qué se protegían monumentos históricos mientras que los paisajes naturales carecían de esa oportunidad. Orador, periodista, deportista (alpinista) pero, sobre todo, político carismático, no dejaba a nadie indiferente. Fue diputado por el partido conservador y sus intervenciones en la Cámara eran esperadas, celebradas e incluso recogidas en las páginas de los periódicos. Sus colegas le bautizaron como «el Arniches del Parlamento» en referencia al dramaturgo Carlos Arniches Barrera (1866-1943):
«Si a un castillo, a una torre, a una muralla, a un templo o a un edificio se les puede declarar Monumento Nacional para evitar la destrucción de la mano del hombre, ¿por qué un monte excepcionalmente hermoso, con sus tocas de nieve, sus bosques seculares, su fauna nacional y sus valles paradisíacos, no ha de ser declarado Parque Nacional para salvarlo de la ruina? ¿No hay santuarios para el arte? ¿Por qué no ha de haber santuarios para la naturaleza?»
De amar la naturaleza a luchar por ella
Su posición social privilegiada le permitió no solo acceder a una educación y experiencias únicas, sino también influir en los círculos políticos de la época. Utilizó su elocuencia, su presencia (medía casi dos metros) y su prestigio para defender aquellos lugares que le habían tocado el alma. La combinación era única, había vivido en primera persona la sensación de encumbrar una montaña, de descubrir la vegetación virgen del monte y de viajar y conocer de primera mano las tesis conservacionistas que se desarrollaban en otros países. Su inspiración fueron Yosemite y Yellowstone, los primeros parques nacionales del mundo, lugares únicos cuyo cuidado fue impulsado por el naturalista John Muir.
Pidal era un personaje polifacético y a su lista de aficiones se sumaban la caza y la montaña. Sector donde destacó, pues su afán de conquista le llevaría a conseguir ser la primera persona en coronar el pico Naranjo de Bulnes, situado en el Macizo de los Urrieles, en los Picos de Europa. Esta hazaña, considerada inexpugnable en la época, marcó su conexión con los paisajes naturales. El hito se hizo famoso, ya que las paredes verticales del pico en aquel momento no permitían el acceso.
Su conocimiento de la montaña se transformó en pasión por la naturaleza y trasladó ese amor a la función pública. Fue Comisario para la defensa de los parques nacionales, realizó investigaciones y escribió ensayos de carácter divulgativo y arqueológico. Entre sus escritos, además de artículos periodísticos, se encuentra una veintena de obras de títulos tan modernos como Política al alcance de todos, El caso de la Fábrica de Mieres, Lo que es un parque nacional, Filosofía al alcance de todos o Parque Nacional de Covadonga, entre otros.
En 1892, contrajo matrimonio con Jacqueline Guilhou y, la entonces regenta María Cristina, como regalo de bodas, le concedió el título de Marqués de Villaviciosa, que es como se le conocería en el futuro: Pedro Pidal y Bernaldo de Quirós, el Marqués de Villaviciosa de Asturias. A este aristócrata asturiano le debemos, con la aprobación de la primera Ley de Parques Nacionales (1916), además de la conservación de las zonas naturales más especiales del país, que España se convirtiera en uno de los pioneros en Europa en la apuesta por la protección de la naturaleza.