Las civilizaciones antiguas pensaban que las aves simplemente morían, hibernaban, se transformaban en otra especie de pájaro o se marchaban para siempre. Sin embargo, en 1822, en Alemania, Christian Ludwig von Bothmer atrapó una cigüeña que sobrevolaba su propiedad e hizo un gran descubrimiento: el ave alcanzada tenía una lanza africana de casi un metro en su cuerpo. El animal había volado desde donde había sido herida, a más de 2.500 kilómetros, hasta donde la atrapó von Bothmer.
La prueba de este impresionante viaje fue la constatación no solo de la fortaleza de la cigüeña, sino también de que las aves no desaparecían, sino que simplemente migraban. Se resolvió así un misterio que atormentó a los científicos por siglos: la desaparición estacional de las aves. Pero aparecían otros, ¿cómo sabían cuándo debían partir y a dónde debían ir? ¿Cómo se guiaban?
Campos magnéticos y guías ambientales, claves en la migración de aves
El 20% de todas las especies de aves migran cada año en busca de climas más cálidos y comida fresca. En nuestra primavera, cientos de miles de ellas vienen a Europa, mientras que cuando llega el otoño (y la primavera en el hemisferio sur), regresan a África. Es por esto que cada año el Día Mundial de las Aves Migratorias se celebra en dos días diferentes: el segundo sábado de mayo y octubre (este año el 11 de mayo y el 12 de octubre), para subrayar la naturaleza cíclica de la migración de las aves, que se desarrolla en un lento vals anual entre norte y sur.
Durante sus viajes, las aves comen y duermen en pleno vuelo y sobrevuelan el océano a la luz de las estrellas durante días. No importa si el clima es bueno o malo, las aves enfrentan las fuerzas de la intemperie guiadas por el campo magnético de la Tierra sin interrumpir su viaje.
Inicialmente, la comunidad científica pensaba que el mecanismo de percepción del campo magnético en las aves trasladaba información del pico al cerebro. Sin embargo, los científicos han descubierto recientemente que las aves detectan el campo magnético de la tierra por los ojos, y no a través del pico: «lo hacen por medio de indicios luminosos, un mecanismo que va de los ojos al cerebro», según un estudio que publica la revista Nature y que recogen otras publicaciones de divulgación científica. Este sentido magnético —que parece un superpoder— les permite navegar con precisión por rutas que abarcan miles de kilómetros por diferentes continentes.
Pero, además del campo magnético, las aves dependen de guías ambientales para emprender su viaje, como los cambios en la duración del día, los patrones climáticos y la disponibilidad de alimentos; que utilizan para saber cuándo es el momento adecuado para migrar y dónde encontrar recursos a lo largo de su ruta. Se orientan, por tanto, por una combinación de factores que incluyen la genética, la experiencia y los indicios ambientales a través de variaciones climáticas o indicadores como la disponibilidad de agua. Es por eso por lo que, con el cambio climático y las modificaciones en algunos entornos, las aves lo tienen más difícil para realizar los viajes que llevan milenios haciendo y, con ello, se altera el equilibrio de los ecosistemas a los que pertenecen.