Empezó en los Estados Unidos de los sesenta. Corría el último viernes de noviembre cuando cientos de familias decidieron anticiparse y, lista en mano, acabar cuanto antes con una de las tareas más agotadoras de las Navidades: comprar regalos a sus seres queridos. Para los policías fue un viernes negro porque el trasiego de peatones y coches obligaba a estar con mil ojos puestos sobre el asfalto. Para los comercios también, ya que fue una oportunidad de oro para decir adiós a los números rojos y volver a escribir en sus cuadernos, con tinta negra, que por fin generaban beneficios.
Así nació el Black Friday. Este año, ocho de cada diez españoles piensan aprovechar la fecha y comprar ropa, accesorios y calzado con un ticket medio de 203 euros. Y no acaba aquí: el siguiente lunes llegará el conocido Cyber Monday, el día que prolonga las grandes promociones.
Es una buena noticia para la economía. Pero la factura es distinta para el planeta. El sobreconsumo de los millones de productos que salen de los almacenes provoca un serio impacto sobre el medioambiente al implicar un elevado consumo de materias primas, agua potable y energía. Para hacerse una idea: la huella hídrica de la moda rápida es de 10.000 litros de agua por kilo de algodón; Europa ocupa el primer puesto a nivel mundial en generación de desechos tecnológicos –uno de los sectores que más vende durante el Black Friday– con 16,2 kg por persona; y un último dato, la mitad de artículos que se compran se acaban devolviendo, generando el 7% de las emisiones totales.