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Las cumbres del clima. Mentiras y esperanzas

cumbres del clima

Autor: Federico Velázquez de Castro González, presidente de la Asociación Española de Educación Ambiental.

Próxima ya la Cumbre de Egipto (6 al 18 de noviembre) sobre la crisis climática, conviene revisar lo que han logrado las Conferencias de las Partes, ante la que será la número 27. Sus contenidos que, hasta ahora, se han venido orientando hacia la emergencia climática, la responsabilidad humana y las alternativas, han tenido la importante función de alertar a la sociedad civil y sus representantes políticos sobre la urgencia de tomar medidas para contener la subida continua de la temperatura planetaria. Se han venido celebrando todos los años desde 1995 en Berlín, si bien algunas, a causas de sus acuerdos, han tenido mayor trascendencia: tal es el caso de Kioto (1997), que dio lugar al Protocolo que lleva su nombre, París (2015) o Glasgow (2021).

Entre sus fortalezas, la primera es su capacidad para reunir un alto número de representantes gubernamentales alrededor del clima como único eje de sus deliberaciones. En las últimas reuniones acudieron alrededor de 190 mandatarios de alto nivel, buena parte de ellos Jefes de Estado, lo que indica que el tema climático ha llegado a ocupar un papel central en las agendas. Su posterior impacto mediático es innegable, lo que contribuye a que en todos los países el clima vaya figurando, en el ámbito político y económico, con la importancia que merece esta lucha contra el cambio climático.

Entre sus contenidos destaca la voluntad de avanzar para no superar 1,5ºC de subida. No todos los países debaten con el mismo entusiasmo, pero, pese a los retrasos, no se tira la toalla. Cada vez se introducen nuevos aspectos, como ocurrió en la Cumbre de Glasgow en relación al metano, en donde 100 países se comprometieron a una reducción del 30% para 2030. El final de los vehículos de combustión interna se fija para 2035, y se propone terminar con la deforestación de bosques tropicales para el 2030 (¿por qué esperar tanto tiempo?). También se habló de reducir subvenciones “ineficientes” al carbón, y el fondo de 100.000 millones de euros anuales, aprobado en 2009 en Copenhague para apoyar a los países menos favorecidos, cada vez parece más cercano.

Se ha comparado el excelente Protocolo de Montreal, que suprimió las sustancias reductoras de la capa de ozono, con el Protocolo de Kioto y los siguientes, advirtiendo cómo allí todas las partes consensuaron las medidas oportunas sin consecuencias lesivas para la industria o la sociedad. Sin embargo, alrededor del clima encontramos intereses poderosos, reticentes a perder el negocio de los combustibles fósiles, cuya disponibilidad se cree necesaria para que el crecimiento económico no se resienta. Una población, en progresión exponencial, de 7.800 millones de personas, es también un argumento para responder a sus necesidades energéticas, cuyo objetivo se fija en los escaparates occidentales. Por ello, la cantidad de subvenciones que reciben los combustibles fósiles son cuatro veces superiores al fondo mencionado.

Antes que abordar directamente la cuestión energética, en las Cumbres se buscan los instrumentos compensatorios, como los planes de reforestación, los mercados de emisiones, los mecanismos de desarrollo limpio, la captura de CO2… orientados a ir ganando tiempo sin comprometerse en verdaderas soluciones. Todo lo cual demora el logro de los objetivos; y la temperatura que se pretendía no rebasar puede verse –al ritmo actual— ampliamente superada, hasta alcanzar una subida de 2,7-2,8ºC (al menos) para finales de siglo, una evidencia de que se está produciendo un calentamiento global.

El hecho de que sólo ocho países de los representados dispongan de una ley de cambio climático, muestra la debilidad de las partes concurrentes, cuyo nivel de compromiso interno es muy mejorable.

Y observando la curva que refleja la evolución de las emisiones de gases de efecto invernadero, no se advierte ninguna reducción a consecuencia de las Cumbres. Pueden apreciarse bajadas por crisis económicas o la reciente pandemia de COVID, pero la celebración de Cumbres no parece afectar a la evolución creciente de las emisiones.

Con todo, el gran problema de estas reuniones consiste en la falta de vinculación de sus acuerdos. En París se aprobó la presentación de Planes Nacionales de reducción de emisiones, naturalmente “no vinculantes”. Los plazos antes comentados para la reducción de metano, establecidos en Glasgow, tampoco lo son. Todo lo cual significa que, si no se cumplen, nadie sancionará ni pedirá cuentas. China, por ejemplo, responsable del 27% de las emisiones mundiales, anuncia un plan para reducirlas en el año 2030, entre el 60-65% con respecto a los niveles de 2005. Aunque, mientras, financia 92 centrales térmicas de carbón en 27 países. De manera que, en muchos casos, nos encontramos solo ante declaraciones de buenas intenciones. Está bien que todos los asuntos se traten y comenten: quizás en un futuro, y ante la evidencia de la realidad, se traduzcan por fin en acuerdos firmes. Hoy por hoy cuesta arrancarlos y, si salen, lo hacen con las limitaciones comentadas. No todas las áreas ni países mantienen la misma posición, pero la falta de ambición, para desgracia del planeta y quienes lo habitamos, es la nota general.