El crujir de las hojas secas, el olor a vegetación húmeda, los sonidos de los animales, ¡bienvenido al otoño! Cuando nuestro entorno se viste de otoño, la fotografía cambia por completo: después de las duras rachas de calor, los bosques comienzan a respirar algo de aire fresco. Pasearlos en ese preciso momento nos ayuda a conectar con la naturaleza y descubrir aquellos pequeños matices que aparecen tan solo en esta época del año. Es lo que ocurre por ejemplo con las setas, todo un regalo de la naturaleza, que se multiplican y se reparten a diestro y siniestro por el suelo, con sus cientos de formas y colores.
Quien sabe distinguirlas bien encuentra en ellas un rico alimento. Por eso muchos se adentran durante estos meses para recolectarlas en la densidad vegetal, con las cestas en la mano y las zapatillas deportivas en los pies. En el caso de muchos de los habitantes de la España rural estos hongos son todo un tesoro, ya que suponen una garantía económica para el resto de las estaciones e incluso un estilo de vida autosuficiente. Las cifras lo dicen todo: cada año se recogen, se consumen y se comercializan en España hasta 250.000 toneladas de hongos silvestres.
Sin embargo, este preciado manjar corre un serio peligro: si se retiran todos sus ejemplares de forma indiscriminada, podemos poner en peligro su supervivencia y la del resto de los seres vivos que habitan sus ecosistemas. Estos hongos son únicos para nosotros, pero también para la biodiversidad, ya que cumplen un papel fundamental en la conservación de los bosques y la mitigación de los impactos del cambio climático. Por eso la recogida de setas en nuestro país está limitada a un cierto número por persona y día acordado por cada comunidad autónoma.