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La justicia climática

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El 24 de octubre se celebra el Día Internacional contra el Cambio Climático, y un término se colará de forma recurrente en las noticias: la «justicia climática». Se trata de un tema de vital importancia que no debería ser ajeno al alumnado, por lo que es crucial trabajarlo en el aula.

Preparémonos para escucharlo bastante, porque además en escasas semanas se hablará mucho de ello, ya que entre el 6 y el 18 de noviembre Egipto acogerá la nueva cumbre del clima, la COP27, y medios, políticos y activistas volverán a preguntarse por esta cuestión y cómo se debe alcanzar.

Pero ¿qué es la justicia climática y de dónde viene? La primera vez que se usó este término fue hace ya más de 20 años, en la sexta Cumbre del Clima de la ONU, que se celebró en el año 2000 en La Haya (Países Bajos). Desde entonces se ha ido repitiendo en las sucesivas cumbres, llegando a convertirse en un concepto siempre mencionado a la hora de hablar de los efectos del cambio climático.

Explicar qué es la justicia ambiental no resulta simple a primera vista, especialmente cuando se piensa en cómo lograr que lo entiendan niñas y niños. Sin embargo, una vez que se va a la esencia del concepto, se ve que tiene una base muy sencilla, y aunque no existe una definición oficial de qué es el concepto de justicia climática, sí se ha ido perfilando en diferentes textos e intervenciones públicas y es ya parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU (su filosofía se encuentra en el punto 13).

La justicia climática ve el cambio climático también como un problema social y humano

Según resumía ante la ONU hace un par de años Mary Robinson, presidenta de The Elders (un organismo fundado por Nelson Mandela), la justicia climática «insiste en un cambio desde el discurso sobre los gases de efecto invernadero y la desaparición de los casquetes de hielo a un movimiento de derechos civiles». Los grupos de población más perjudicados deberían, alertaba entonces Robinson, estar en el centro de esta estrategia; cuando se habla de cambio climático, decía, se debe hablar de las personas y sus vidas.

La justicia climática, de este modo, tiene en cuenta los datos científicos sobre el clima, las temperaturas del planeta o los efectos que sobre la naturaleza tiene el cambio climático, pero no lo limita solo a cuestiones medioambientales: insiste en que se tenga en cuenta cómo afecta a las personas y sus niveles de vida esta situación y cómo crea nuevas desigualdades.

La infancia comprende la justicia climática: es la esencia de movimientos como el de Greta Thunberg o las protestas escolares de la última década

En resumidas cuentas, lo que este concepto dice es que el cambio climático no es algo que importe únicamente desde el punto de vista de lo ambiental, sino también de lo social y lo humano. Las personas salen muy perjudicadas por sus consecuencias, las cuales tendrán –y tienen ya– un efecto negativo en su salud, su acceso a los recursos, la pobreza o la brecha de género.

Quizás, aunque esta idea es relativamente nueva y a los adultos en ocasiones les cuesta comprenderla, los escolares hayan tomado ya la delantera en esta cuestión. De un modo un tanto instintivo, ellos mismos la han incluido ya en su visión del cambio climático. Así, por ejemplo, es la justicia climática lo que está en el corazón de movimientos como el que lidera Greta Thunberg, así como en la base de las protestas estudiantiles que se han sucedido a lo largo de la última década.

Entre las peticiones que niños y niñas han sacado a las calles ya están muchas de las grandes cuestiones sobre las que invita a reflexionar la crisis climática. Una de sus principales denuncias –la de que los adultos de hoy están tomando decisiones pensando en ellos y en cómo les afectan las cosas, pero olvidando el efecto que tienen sobre el planeta futuro que heredarán los niños– demuestra que han comprendido que el cambio climático va mucho más allá del clima y tiene mucho que ver con las personas.

Texto: Raquel C. Pico