En estos últimos días de clase, los más pequeños comparten un mismo sueño: disfrutar de las tardes sin reloj en las piscinas. No importa lo que diga el calendario: esa primera y refrescante zambullida marca el inicio del verano para ellos.
Todo lo que vivimos –y todo lo que somos– surge, ciertamente, gracias al agua, el origen de todo. De no ser por ella, ese refrescante vaso que nos devuelve la energía en pleno agosto, la macedonia de frutas que nos quita la sed, la vegetación bajo la que buscamos la sombra e incluso los recuerdos de aquellas vacaciones únicas en la playa no existirían. Y a pesar de ello, en muchas ocasiones despilfarramos este recurso natural sin darnos cuenta del impacto que causamos.
Según la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), España es uno de los países de la Unión Europea con el consumo de agua más alto por habitante: cada persona utiliza al día 131 litros. Si multiplicamos esta cifra por la población total (de aproximadamente 47 millones de personas), la cantidad que consume solo nuestro país es inabarcable. Más allá de un grifo mal cerrado o darse un baño en lugar de una ducha, muchos de esos litros se pierden por culpa de otros hábitos que hemos desarrollado y que no implican ver correr el agua por el desagüe.
Por ejemplo, cada vez que dejamos una luz encendida o el aire acondicionado en alta intensidad, estamos malgastando agua. ¿Por qué? Todas las fuentes de energía (incluida la electricidad) requieren del agua en sus procesos de producción: desde la extracción de las materias primas hasta la producción de biocombustibles, pasando por la refrigeración de las centrales, el funcionamiento de los biocombustibles o los procesos de limpieza. Por ello, cuanta más electricidad consumimos más agua hay que utilizar para generarla.