Última hora ambiental

Necesitamos proteger cada metro cuadrado capaz de sostener algo verde

proteger cada metro cuadrado

Joaquín Araújo (Madrid, 1947), uno de los naturalistas más conocidos de nuestro país, siempre se describe a sí mismo como un hombre emboscado. Escritor, periodista, director de cine documental y agricultor, Araújo vive en una conexión profunda y constante con la naturaleza.

Con más de 87 libros y 2.000 artículos a sus espaldas, desde su hogar, situado en los bosques de la comarca de Las Villuercas (Cáceres) y alejado de la civilización, Joaquín Araújo no solo ha conseguido plantar a lo largo de su extensa carrera más de 26.500 árboles, sino que ha conseguido que las instituciones españolas siembren un millón y medio más. Hablamos con él con motivo del Día de los Parques Naturales. Araújo, el primer español en recibir el premio Global 500 de las Naciones Unidas, reflexiona sobre la urgencia de proteger los bosques para frenar el cambio climático y la necesidad de recuperar en los niños y las niñas esa «emoción innata por la naturaleza».

Última hora ambiental. Los bosques aún cubren un tercio del mundo, pero desaparecen a una velocidad alarmante. Desde 1990, según Naciones Unidas, el mundo ha perdido 420 millones de hectáreas de estos territorios naturales. ¿Qué papel juegan los bosques en nuestro bienestar y el del planeta? ¿Por qué han desaparecido tan rápido?

Joaquín Araujo. Mi opinión es bastante subjetiva, ya que yo mismo vivo en un bosque, pero ante este problema existe la suficiente evidencia científica como para demostrarlo. Yo no reparo en halagos: para mí, el bosque es la mejor ocurrencia de la historia de la vida, lo que más favorece a la vida en su conjunto. En otras palabras, es el gran regalo que el propio planeta le ha hecho al ser humano. Siempre defenderé que formar parte del bosque es decisivo: del bosque viene todo lo que nos compone, como el oxígeno y el carbono; somos lo que somos porque un día fuimos bosque.

El bosque es el gran regalo que el planeta le ha hecho al ser humano

Desde un punto de vista más científico, el bosque es también una fuente permanente de elementos básicos para nuestra propia vida. Nos proporciona alimentos, principios activos, aire limpio, lluvia, y además controla la erosión del suelo (y por tanto de nuestras casas). Sus beneficios son incalculables, así que es un disparate intentar centrarse únicamente en lo que nos puede aportar desde el sentido más económico. De hecho, también es un modelo ético: como dijo el filósofo Walt Whitman, el árbol nunca es para él solo; también vive para todos los demás. Pensemos en una de sus funciones más importantes para el ser humano, que es el factor de la termorregulación. Al absorber dióxido de carbono para la fotosíntesis, los árboles contribuyen a disminuir el efecto invernadero y, por tanto, el aumento de las temperaturas. ¿Qué tecnología podría hacer eso? Ni todo el dinero del mundo podría sustituir su función refrigeradora. Y ahora mismo, a pesar de todo, el bosque es una víctima. Desde 2019, sin ir más lejos, ardió el equivalente a todos los árboles de la Península Ibérica. Eso son 19.000 millones de árboles que necesitamos para frenar la crisis ambiental.

UHA. España lidera la superficie natural protegida a nivel mundial, lo que equivale a más de un 27% del territorio. También es uno de los países europeos con mayor biodiversidad, la cual está íntimamente conectada con la salud de los bosques: cuanto más bosque, más ecosistemas (y viceversa). Ahora la UE plantea, de aquí a 2030, proteger al menos el 30% de las superficies terrestres, además de las marinas. ¿Cómo contribuyen los parques naturales a frenar el cambio climático?

JA. Son fundamentales, porque vivimos en una gran involución, especialmente en materia ambiental. No dejan de surgir descalificaciones de lo que significa la protección de la naturaleza. Y hay un ejemplo que lo demuestra a la perfección: Extremadura tiene casi un 30% de su territorio natural protegido, aproximadamente el doble de la superficie mundial. Sin embargo, las instituciones todavía se muestran reacias a apoyar más protecciones, y eso que necesitamos proteger cada metro cuadrado capaz de sostener algo verde porque, hasta ahora, con nuestros modelos energéticos, alimentarios y de transporte no hemos hecho más que amenazar los ecosistemas y, por tanto, a nosotros mismos. Frente a eso, proteger cada partícula del planeta es imprescindible.

Todo niño llega al mundo con una pasión innata por la naturaleza

UHA. A lo largo de tu extensa carrera, que te ha llevado a recibir el premio Global 500 de la ONU, has sembrado más de 22.000 árboles y promovido la plantación de un millón y medio más por parte de las instituciones. ¿Qué pueden enseñarnos los bosques sobre nuestro sitio en el planeta?

JA. Los sistemas naturales no degradados, los que todavía quedan sin destruir, son una fuente infinita de conocimiento y de sensibilidad. Hasta ahora, es cierto que gran parte del sistema educativo se desahució a sí mismo de la belleza del mundo para enclaustrarse en aulas cerradas. Ese ha sido uno de los grandes tropiezos de nuestro sistema: los bosques nos demuestran que es obligatorio naturalizar el sistema educativo al completo. Y no hablo solo de promover la educación ambiental, sino de salir y experimentar. Que el techo sea el cielo y el aula la naturaleza. Yo suelo traer a mis alumnos al bosque donde vivo. Aquí caminamos entre árboles y especies salvajes de todo tipo, siendo testigos directos de la vida, lo que tiene un valor educativo incalculable ya que enseña todo tipo de conocimientos y conecta a los niños y niñas con la naturaleza de una forma extraordinaria. Esto, por supuesto, motiva posteriormente la concienciación y la protección de los entornos.

UHA. Los parques naturales también son un espacio ideal para la educación ambiental. Les demuestran los beneficios directos e indirectos de proteger la naturaleza (y también las necesidades de los ecosistemas). ¿Cómo podemos afianzar en el alumnado esa ‘inteligencia verde’?

JA. Cuando nos lo tomemos muy en serio. Todo niño llega al mundo con una pasión innata por la naturaleza, con una emoción que se va alimentando a lo largo de su infancia, pero a medida que crece en la sociedad, esta se le va extirpando. El principal objetivo es mantener viva esa fascinación que nos viene de serie. Si echamos la vista atrás, y en comparación con hace 20 o 30 años, sí es cierto que hemos avanzado mucho en educación ambiental. Tanto la experiencia en parques naturales como otras actividades que sean con la naturaleza –y no contra– nos ayudarán.

Texto: Cristina Suárez