Ataviados con numerosas capas de ropa polar y a bordo de un trineo empujado solamente por el viento, el explorador polar más importante de España, Ramón Larramendi, y un equipo formado por seis científicos partieron el pasado 25 de abril hacia Groenlandia, uno de los territorios más inhóspitos del planeta, con el objetivo de analizar cómo han evolucionado el hielo y la calidad del aire de la zona ante los efectos del cambio climático.
La Antártida (al igual que el Ártico) es muy importante para la seguridad del planeta y de la humanidad. Sus grandes dimensiones –ocupa más de unos 14.000.000 kilómetros cuadrados– y las frías temperaturas extremas –que alcanzan temperaturas de 89 grados bajo cero– hacen de este territorio un esencial regulador del clima global; es decir, una especie de aire acondicionado para la Tierra. Además, gracias a su capacidad para reflejar la luz, el hielo polar permite equilibrar las temperaturas alrededor del globo y mantener así a raya la lluvia, los huracanes y otros fenómenos meteorológicos que, de otra forma, podrían volverse extremos.
Hoy, sin embargo, el territorio se encuentra en problemas: ahora mismo, el hielo del polo superior de la Tierra se derrite hasta seis veces más rápido que hace 40 años debido al aumento de las temperaturas causado por el cambio climático. Si tenemos en cuenta que, de toda la superficie del planeta, solo el 1,8% es hielo y que únicamente el 0,75% es agua líquida (el agua salada no se congela tan fácilmente), es fácil deducir que necesitamos hacer todo lo posible para proteger tanto los polos como los glaciares –que ejercen la misma función a menor nivel y representan una gran reserva de agua dulce– que se reparten por el mundo. De no ser por el hielo, lo más probable es que nosotros no estuviéramos aquí.