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¿Qué es y cómo reducir la huella ecológica en la escuela?

huella ecológica

Aunque no seamos conscientes de ello, cada vez que enviamos tarea por email a nuestros alumnos, utilizamos Google Classroom o planeamos una actividad con dispositivos electrónicos en clase estamos emitiendo de CO2 a la atmósfera. Nuestra huella digital también es medioambiental; por eso, te damos las claves para que descubras –si no lo sabes ya– cómo contamina internet y cómo puedes reducir tu impacto.

Tras finalizar un curso en el que la digitalización llegó a las aulas como una avalancha (de datos), es el momento idóneo para pararnos a pensar por un segundo en las consecuencias de esa tecnología que invade nuestro día a día, dentro y fuera de clase.

¿Qué es la huella ecológica?

Más allá de las posibles adicciones que pueden llegar a generar los dispositivos móviles y las plataformas digitales, acciones diarias tan comunes –y, aparentemente, inofensivas– como hacer clic generan una huella ecológica considerable. Antes del trabajo y el estudio en remoto ya era elevada: en 2019, jugar en clase con Kahoot, subir fotos o vídeos en redes sociales, almacenar archivos en la nube o no vaciar con regularidad la bandeja de entrada del correo electrónico consumía el 7% de la energía mundial.

Según la consultora ClimateCare, actualmente, nuestros hábitos digitales suponen el 3,7% de las emisiones globales de los gases de efecto invernadero o GEI; y se prevé que en 2025 sean el doble.

«En total, la cantidad de energía que utilizamos en el mundo online de manera colectiva emite el equivalente al total de gases de efecto invernadero emitidos por la industria aérea mundial»

reconoce Vaughan Lindsay, CEO de la consultora británica. Porque, aunque no lo parezca, cada correo electrónico que enviamos emite 4 gramos de CO2. Si adjuntamos un archivo, el dióxido de carbono lanzado a la atmósfera aumenta hasta los 50 gramos. Hagamos: si hay más de cuatro mil millones de usuarios activos en internet enviando emails a diario… ¿te haces una idea de la magnitud de este problema? Tan solo en un año de uso del correo a nivel profesional, la huella de carbono de una persona media puede alcanzar los 135 kg –y eso contando solo la actividad de su bandeja de entrada y sin tener en cuenta el resto de clics que hace a lo largo del día–.

El mundo online emite el equivalente al total de gases de efecto invernadero emitidos por la industria aérea mundial

52.083 conexiones a Microsoft Teams. 208,333 usuarios se unen a una reunión de Zoom. 1.388.889 llamadas de vídeo o voz. 500 horas de vídeo subidas a YouTube. 147.000 fotos publicadas en Facebook. La versión digital de sesenta segundos de reloj da para mucho. Y estos son tan solo algunos ejemplos de los datos que la empresa digital DOMO recogía en septiembre de 2020 en su estudio Data Never Sleeps. Nuestra vida es cada vez más digital: en poco más de un lustro los usuarios de internet han aumentado en más de mil millones de personas. Y la cifra no deja de crecer. Sin duda, estamos más conectados que nunca y, aunque la digitalización suponga una reducción en las emisiones contaminantes gracias a la minimización de desplazamientos, no podemos perder el foco: si esta transición hacia un mundo más digital no se hace de manera sostenible, serán pocos los beneficios para nuestro planeta.

Pero ¿cómo contamina exactamente internet?

Toda la información que generamos con nuestros dispositivos electrónicos –que ya cuentan con su propia huella ecológica– tiene que almacenarse para poder ser utilizada. Como explicaba Enrique Onieva, coordinador del grado en Ciencia de Datos e Inteligencia Artificial de la Universidad de Deusto, en la octava edición de la revista Circle, el usuario de a pie no suele ser consciente de que todos esos datos que generamos con nuestro paso por la red se almacenan en un lugar físico: los centros de datos. Estos necesitan de ingentes cantidades de energía para funcionar y no sobrecargarse. Los servidores y los supercomputadores que nos permiten estar conectados veinticuatro horas al día, siete días a la semana, trabajando sin descanso, llegaron a requerir en 2019 más de 400 teravatios de energía.

Todos los datos que generamos con nuestro paso por la red se almacenan en un lugar físico que requiere consumo de energía

El problema radica en que la electricidad utilizada para refrigerar y mantener en funcionamiento estos centros de datos no siempre proviene de energías renovables. Se trata de una industria en transición que aún necesita que la tecnología verde desarrolle maneras de producir de manera sostenible esa energía que permite que el mundo digital siga girando. Por suerte, cada vez son más los servidores que se han propuesto potenciar el autoconsumo y la energía renovable para conseguir que la vida digital sea, de verdad, una alternativa ecológica.

Y, ahora, ¿qué hago yo?

Como ocurre en otros ámbitos medioambientales, no nos podemos permitir el lujo de esperar a que la transición energética se haya completado para empezar a actuar. Hay muchos pequeños gestos que podemos cambiar –o de los que ser conscientes– para reducir nuestra huella ecológica digital. El primero y más sencillo consiste en almacenar en nuestros dispositivos electrónicos solo los documentos, vídeos, fotos, juegos o aplicaciones que realmente queramos conservar. Muchas veces, tendemos a acumular archivos digitales porque «no ocupan lugar»; sin embargo, esas carpetas olvidadas en lo más profundo de un ordenador obligan a los servidores a trabajar en balde. Y emitir CO2 sin motivo. Además, por seguridad, cada dato se guarda por duplicado en los centros de datos; así que estamos hablando de una doble contaminación.

Un año de uso del correo a nivel profesional supone una huella de carbono media de 135 kg por persona

Lo mismo ocurre con los correos electrónicos que llegan a nuestra bandeja de entrada: cada e-mail que se queda sin abrir ni borrar tiene la misma huella medioambiental que una bolsa de plástico de un solo uso. Según declaraciones de Louis Balladur, cofundador de CleanFox , una app que nos ayuda a reducir nuestra huella digital de carbono a golpe de clic, «el 80% de los correos enviados a diario no se llega a abrir, es decir, ocho de cada diez e-mails que se intercambian en el mundo son completamente inútiles y contaminan, cuando es algo evitable». Un gesto tan simple como borrar –y eliminar de la papelera– la bandeja de entrada de manera asidua reduciría nuestro impacto medioambiental considerablemente.

La educación y la concienciación son, una vez más, la mejor manera de luchar contra los efectos del llamado Diógenes digital. Esto es, la tendencia a acumular archivos y cosas –o datos– digitales porque no cuesta dinero. Si todos fuésemos conscientes del impacto que nuestra vida online tiene en el planeta, ¿no se despertaría nuestra conciencia ecodigital? Para ello, desde los colegios podemos organizar sesiones sobre basura digital para estudiantes y familias o animar a la comunidad educativa a unirse a eventos de limpieza online como el Digital Cleanup Day  –incluso podemos impulsar uno en el propio centro–. Porque en nuestras manos está que el futuro no solo sea digitalizado, sino verde.

8 de cada 10 correos enviados a diario en el mundo no se llegan a abrir

Pero, ¿cómo reducir la huella ecológica en la escuela?

Ante el reto de abordar un futuro hipertecnologizado, en Naturaliza hemos diseñado recursos didácticos que nos permiten cuestionarnos los efectos positivos y negativos de los avances tecnológicos del presente y decidir el futuro que deseamos. En Mi aula Naturaliza puedes encontrar:

Sesión doble de 50’ La tecnología del futuro, dirigida al alumnado de 6º de Primaria, en la que analizamos con el alumnado las implicaciones que suponen las TIC para el medioambiente y la sociedad.

Proyecto trimestral, Con-sumo cuidado, dirigido al alumnado de 5º de Primaria. En varias sesiones analizamos la huella ambiental de los aparatos tecnológicos y reflexionamos sobre la capacidad de la Tierra para asimilar sus impactos.

Texto: Raquel Nogueira