«Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo».
Pocas citas célebres definen mejor la realidad del reciclaje como esta del escritor Eduardo Galeano: cada vez que reciclamos en nuestros hogares o en nuestros colegios, estamos dando un paso más hacia el bienestar del planeta. Todos somos un eslabón de esta cadena sostenible: pensamos localmente cuando elegimos reservar una bolsa de la compra para volverla a utilizar o, más tarde, depositar los envases de plástico que acabarán en el contenedor amarillo, pero –sin darnos cuenta– estamos actuando globalmente al evitar que toneladas de envases se acumulen hasta en los rincones más recónditos de la Tierra.
Consciente de la importancia de sensibilizar frente a la gestión correcta de nuestros residuos, la ONU decidió hace más de dos décadas darle a cada 17 de mayo el apellido del Día Mundial del Reciclaje. Aprovechamos, así, para revalorizar su significado, que no es otro que evitarle al planeta más daños innecesarios con nuestra basura. Si somos capaces de consumir, también somos capaces de responsabilizarnos de nuestros residuos y tratarlos adecuadamente. Es nuestro deber como habitantes de este planeta… ¿o acaso dejarías que la basura se acumulara sin freno en tu hogar?
Reciclando ayudamos a nuestro barrio, a nuestra ciudad y al mundo. No obstante, depositar un envase en el contenedor correcto es tan solo una pequeña parte del buen hacer con los residuos. En un año, cada persona es capaz de generar 480 kg de basura, así que no podemos concebir el reciclaje sin contar con reducir nuestros desechos al mínimo. La cantidad de materias primas que nos ofrece nuestro planeta es limitada, por lo que debemos llevar nuestra manera de producir y consumir al modelo responsable y sostenible de la economía circular, que tiene como objetivo prolongar la vida útil de los materiales, propiciar la reparación de los productos e introducir hábitos de consumo alternativos más respetuosos con el medio ambiente.