Suena el timbre y arranca la música. Por los pasillos se empiezan a escuchar los primeros acordes de El ciclo sin fin, esa canción tan conocida de El Rey León que nos recuerda que el frágil equilibrio de los ecosistemas depende de nuestro cuidado. Mientras la melodía empapa cada rincón del colegio, los niños y niñas se van sentando en su pupitre. Tienen muchas tareas por delante: acabar el libro de poemas, repasar el manifiesto, diseñar las pancartas… El Día de la Tierra requiere de una gran preparación. Es el mejor momento para demostrarle al planeta todo lo que podemos (y queremos) hacer por él.
Siempre ha sido así. Cada 22 de abril, los colegios se han preparado a conciencia para no dejar pasar de largo esta jornada tan especial que lleva celebrándose desde hace más de medio siglo con la única intención de recordar que entre todos tenemos que cuidar nuestro hogar común. Los precursores de esta idea, Gaylord Nelson y Denis Hayes, hablaron por primera vez del Día de la Tierra en 1969, cuando organizaron una protesta para proteger el medioambiente, implicando al máximo número de estudiantes universitarios posibles y que fue celebrada en 1970. Las aulas eran el mejor entorno donde germinar esta nueva lucha. Y de aquellos universitarios, estos alumnos: en la actualidad, son centenares los centros educativos de todos los niveles que celebran el Día de la Tierra, heredando las reivindicaciones de los 60 y transformándolas para adaptarse a las necesidades del presente.