La humanidad ha arrancado el cambio de década con un sobresalto monumental como está siendo la pandemia de la COVID-19. Y si en el siglo pasado por estas mismas fechas se hablaba de los felices años veinte, en el actual, tal y como hemos inaugurado el decenio, tal vez tengamos que empezar a pensar más bien en los inquietantes años veinte. Casualidad o no, según Naciones Unidas acabamos de entrar también en la década decisiva para transformar el mundo y cumplir con la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Como muchos solemos decir después de las vacaciones –o a principios de cada mes–, hoy es un buen día para empezar a hacer deporte. Pero en realidad nunca es un mal día para hacerlo, planetariamente hablando. Y el de hoy es uno tan bueno como cualquier otro. Mejor dicho, es un poco peor que ayer y un poco mejor que mañana. La crisis sanitaria del coronavirus es un muy serio aviso que nos advierte de que se nos acaba el tiempo, que no somos tan indestructibles como nosotros pensábamos y que es hora de acelerar exponencialmente nuestra manera de afrontar la vida sobre la Tierra. Porque, como acaba de sucedernos, ya no hay forma de predecir con exactitud las posibles consecuencias que nos aguardan, agazapadas tras las esquinas en forma de enfermedades, pobreza, daños irreparables al ecosistema o convulsión social, si no imprimimos pronto un radical cambio de timón a nuestro comportamiento.
Una llamada geológica
El impacto del ser humano en la salud del planeta se ha vuelto tan determinante que incluso está teniendo consecuencias a nivel geológico. En el año 2000 –otro momento fronterizo entre decenios y, en su caso, siglos y milenios– el premio Nobel de Química, Paul Crutzen, acuñó el concepto de Antropoceno para referirse al cambio de era geológica devenido como consecuencia directa de la actividad humana sobre los ecosistemas terrestres, especialmente desde la primera Revolución Industrial. El Antropoceno reemplazaría, así, al Holoceno, la etapa temporal geológica del periodo cuaternario por la que llevábamos transitando nada menos que once mil años.